Una de las parábolas más bonitas es la del hijo pródigo. En ella Jesús nos habla de lo bueno que es Dios. Cuenta cómo un hijo pidió dinero a su padre y se fue de su casa a un país lejano, donde se lo gastó todo portándose muy mal.
Al quedarse sin nada, se puso a trabajar cuidando cerdos, pues sólo encontró este trabajo. Escuchemos lo que está pensando «¡Cuántos jornalero en casa de mi padre tienen pan abundante, mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti...». Y se puso en viaje para volver a casa de su padre.
Cuando su padre le vio llegar, salió corriendo a su encuentro y le abrazó lleno de alegría. El hijo le pidió perdón y el padre, muy contento, le perdonó y le preparó una gran fiesta, porque había vuelto el hijo que creía perdido para siempre.