El rey de Caldea atacó Jerusalén y le prendió fuego. Y a los israelitas que quedaron vivos los llevó presos a la ciudad de Babilonia para que fueran sus esclavos. Allí los judíos pasaron muchos años. Y todos se acordaban de la Tierra Prometida, que habían perdido, y del templo de Jerusalén, que había sido destruido.