En Betania, una pequeña ciudad de Palestina cercana a Jerusalén, vivían unos amigos de Jesús a los que visitaba con frecuencia. Eran hermanos y se llamaban Lázaro, Marta y María.
Un día Lázaro se puso muy enfermo, y las hermanas mandaron un mensajero a Jesús para decirle: "Tu amigo está enfermo." Jesús, al enterarse, dijo: "Esta enfermedad no es de muerte, sino para que brille la gloria de Dios y la gloria del hijo de Dios." Al cabo de dos días Jesús dijo a sus discípulos: "Vamos otra vez a Judea porque Lázaro ha muerto, y yo me alegro de no haber estado allí. Así veréis el poder de Dios".
Cuando Marta oyó que venía Jesús, salió a su encuentro, mientras que María se quedó en casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero yo sé que Dios te concederá todo lo que le pidas." Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará. Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?". Le contestó: "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que tenía que venir al mundo".
Marta fue a llamar a María, su hermana, y le dijo al oído: "El Maestro está ahí y te llama". Ella, se levantó rápidamente y salió al encuentro de Jesús. Los judíos que estaban en casa de María y la consolaban, al verla levantarse y salir tan aprisa, la siguieron, creyendo que iba al sepulcro a llorar.
Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies, diciendo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto." Jesús, al verla llorar y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se emocionó mucho y dijo: "¿Dónde lo habéis puesto?" Le contestaron: "Ven a verlo, Señor". Jesús se echó a llorar, y los judíos decían: "Mirad cuánto lo quería."
Jesús se emocionó otra vez al llegar al sepulcro, que era una cueva con una gran piedra puesta en la entrada. Entonces dijo: "Quitad la piedra." Quitaron la piedra que tapaba el sepulcro, y Jesús mirando al cielo dijo: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas". Y dicho esto, gritó muy fuerte: "¡Lázaro, sal fuera!". Y Lázaro salió del sepulcro. Llevaba atados los pies y las manos con vendas, y envuelta la cara en un sudario de tela. Jesús les dijo: "Desatadlo y dejadlo que ande". Marta y María cogieron a su hermano y entraron en la casa.
Lázaro había estado muerto durante cuatro días, y ahora estaba vivo otra vez. Las gentes que habían contemplado aquel milagro tan extraordinario se dieron cuenta que Jesús era el Hijo de Dios hecho hombre y que podía dar vida a los muertos.