Casilda vivió en Toledo, España, en el siglo IX. Era la hija del rey moro de Toledo.
A pesar de que era princesa, y de que vivía rodeada de todo tipo de comodidades y atenciones en la riqueza de la corte, no soportaba el dolor que sufrían los desafortunados que estaban en la cárcel. Sentía una especial piedad por los presos pobres y los intentaba consolar llevándoles viandas de comida escondidas en su falda.
Un día, cuando realizaba esta labor misericordiosa, fue sorprendida por su padre que le preguntó por lo que transportaba, contestando ella que "rosas" y ¡rosas aparecieron al extender la falda!
Quizá fueron los mismos prisioneros cristianos quienes, viendo lo recto de su conducta, le hablaron de Cristo; posiblemente correspondieron a sus múltiples delicadezas y regalos de la mejor manera que podían, instruyéndola en la fe cristiana. Quiso bautizarse, pero no podía, ya que vivía alrededor de un Islam de lazos muy fuertes.
Fue entonces que cayó muy enferma, una enfermedad que nadie podía curar. Ella recibe una revelación de que sólo se curaría en las aguas milagrosas de San Vicente. Entonces el rey preparó el viaje de su hija con comitiva real. En Burgos recibió Casilda el Bautismo y marchó luego a los lagos de San Vicente, donde recuperó la salud. Decidió allí consagrar a Cristo la virginidad de su cuerpo milagrosamente curado y resolvió pasar el resto de sus días en la soledad, dedicada a la oración y a la penitencia.
Murió en el año 1075, de muy avanzada edad, siendo sepultada en la misma ermita que ella mandó construir.
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