Isidoro vivió entre los años 560 y 636, fue obispo de Sevilla, España, y por su sabiduría y escritos fue proclamado Doctor de la Iglesia.
De joven era un estudiante poco aplicado. Como tantos otros compañeros, dejaba de ir a la escuela para ir a vagar por los campos.
Un día se acercó a un pozo para sacar agua y notó que las cuerdas habían hecho hendiduras en la dura piedra. Entonces comprendió que también la constancia y la voluntad del hombre pueden vencer las duras asperezas de la vida.
Regresó con amor a sus libros y progresó tanto en el estudio que mereció ser considerado el hombre más sabio de su tiempo. Se ordenó sacerdote y llegó a ser el obispo más popular y autorizado de su tiempo, y también presidió el importante concilio de Toledo, en el 633. Se formó con la lectura de san Agustín y de san Gregorio Magno, y llegó a ser el maestro de la Europa medieval y el primer organizador de la cultura cristiana. Isidoro fue muy sabio, pero al mismo tiempo de profunda humildad y caridad.
Fue un escritor enciclopédico, muy leído en la edad media. Pero a pesar de poseer tan ricamente la ciencia antigua y de influir considerablemente en la cultura medieval, su principal preocupación como obispo fue lograr la madurez espiritual e intelectual de los sacerdotes españoles. Para esto fundó un colegio eclesiástico, prototipo de los futuros seminarios, dedicando mucho de su laboriosa jornada a la instrucción de los candidatos al sacerdocio.