En la ciudad de Cafarnaum vivían un hombre y una mujer que tenían una niña de doce años. El padre se llamaba Jairo y era el jefe de la sinagoga de esta ciudad. Un día la niña se puso muy enferma. Estaba tumbada en la cama muy débil y no hablaba. Nadie sabía cómo curarla. Entonces Jairo pensó que Jesús podría curar a su hijita y se fue a buscarlo.
Jesús estaba rodeado de gente que escuchaba sus enseñanzas, pero Jairo se abrió paso como pudo y se puso delante de Él. Al verlo se arrodilló y le dijo: "Mi hija está muy enferma a punto de morir. Ven por favor a mi casa, y pon tus manos sobre ella para que sane y viva." Entonces Jesús se fue con él, y una gran multitud los seguía y se apiñaba a su alrededor.
Mientras iban de camino a la casa, les salieron al encuentro los siervos de Jairo y le dijeron a su amo: "Tu hija ha muerto. ¿Para qué vas a molestar más al maestro?". Pero Jesús que había oído lo que decían, respondió: "No temas, ten fe y nada más". Y prohibió a todos que lo acompañaran, menos a Pedro, Santiago y Juan.
Llegaron a la casa de Jairo. Desde fuera se oían los lloros y lamentos de los que lloraban por la muerte de la niña. Entonces, Jesús entró en la casa y dijo a los que lloraban: "Dejaos de lágrimas y de lamentos. La niña no ha muerto. Está dormida". Y todos comenzaron a burlarse de Jesús.
Pero Él los echó fuera a todos y entró con el padre, la madre y sus tres discípulos en la habitación donde estaba la niña. Se le acercó y tomándola de la mano, le dijo: "¡Talitha qumi!", que quiere decir: "¡Niña levántate!". Y enseguida se levantó y se puso a andar.
Todos los que vieron esto estaban sobrecogidos. Él les prohibió que dijeran a nadie nada de aquello y mandó que dieran de comer a la niña.